CURA DIEZ LEPROSOS.-AUTOR DESCONOCIDO |
Estoy seguro
que cuando alguno de ustedes ha dado algunas monedas (o más) a un necesitado,
lo normal es que haya oído la respuesta: ‘Muchas gracias’. En otras ocasiones
habrá sido: ‘Que Dios se lo pague’. Son cosas absolutamente normales. Surge el
agradecimiento de la persona que ante el gesto de quien lo auxilia tiene esa
manera de manifestarlo. Más aún. Si no nos dicen ninguna frase de
agradecimiento, casi nos sentimos defraudados por lo que nos parece una
insensibilidad ante el gesto de nuestra ayuda.
¿Por qué
empiezo de esta forma la presente entrada? Pues porque es como una pequeña
introducción a lo que en cierta ocasión le ocurrió a Jesucristo. Él llenaba su
vida con la predicación del Reino anunciando la Buena Nueva y avalaba sus
palabras con esos gestos humanitarios, compasivos, solidarios o como los
queramos llamar, pero que tienen un nombre muy claro y específico: los
milagros.
No conozco a
nadie en la toda la Historia de la Humanidad que haya hecho por sí mismo los milagros
que hizo nuestro Redentor. Y fíjense que digo ‘por sí mismos’, es decir, por su
propia virtud, gracia o poder, porque hasta los santos que podemos decir que
los han hecho, no ha sido en nombre propio, sino que ha seguido siendo Dios
quien los ha hecho a través de ellos. Los santos no han sido otra cosa que
instrumentos a través de los cuales Él vuelve a manifestarse.
PEDRO Y JUAN CURAN UN PARALÍTICO.-RAFAEL SANZIO-RENACIMIENTO |
Pedro y Juan, los amigos
del Jesús, ya lo hicieron. ‘Pedro y Juan subían al
Templo para la oración de la hora nona. Había
un hombre, tullido desde su nacimiento, al que llevaban y ponían todos los días
junto a la puerta del Templo llamada Hermosa para que pidiera limosna a los que
entraban en el Templo. Este, al ver a Pedro y a Juan que iban a entrar en
el Templo, les pidió una limosna. Pedro fijó en él la mirada juntamente con
Juan, y le dijo: «Míranos.». El les miraba con fijeza esperando
recibir algo de ellos. Pedro le dijo: «No tengo plata ni oro; pero lo que
tengo, te doy: en nombre de Jesucristo, el Nazoreo, ponte a andar.» Y tomándole
de la mano derecha le levantó. Al instante cobraron fuerza sus pies y tobillos, y
de un salto se puso en pie y andaba. Entró con ellos en el Templo andando,
saltando y alabando a Dios. Todo el pueblo le vio cómo andaba y
alababa a Dios; le reconocían, pues él era el que pedía limosna sentado junto a
la puerta Hermosa del Templo. Y se quedaron llenos de estupor y asombro por lo
que había sucedido’.(Hch.3, 1-10). El Sumo Hacedor, como premio (realmente
ignoro si es un premio o no, pero de alguna forma debo llamarlo) a su fidelidad
al Evangelio, por su entrega en cuerpo y alma al cumplimiento de la voluntad de
Dios en este mundo, incluso a costa de su propia vida, ha creído conveniente
hacerse presente a través de ellos.
En los
desplazamientos de Jesús por las ciudades, aldeas y campos de su tierra realizó
muchos. Unos a iniciativa suya. Otros porque acudían a Él esperanzados en ese
poder que sabían que tenía y le pedían su curación.
MUJER CANANEA .- HERMANOS LIMBOURG.-GÓTICO INTERNACIONAL
En algunos casos no los
hacía inmediatamente, como en el caso de la mujer sirofenicia, pero cuando a la
respuesta que dio a la mujer oyó su argumentación y los motivos por los que
acudía esperanzada en Él, no tuvo más remedio que acceder a lo que pedía
aquella madre angustiada: ‘¡Oh, mujer, qué grande es tu fe! Hágase contigo como
tú quieres’. Y su hija quedó curada. (Mt. 15, 21-28)
Pues bien. Voy
a tratar un poco lo que le ocurrió en otra ocasión. Verán: ‘En aquel
tiempo, yendo Jesús de camino a Jerusalén, pasaba por los confines entre
Samaría y Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez
hombres leprosos’. En la línea divisoria de esas regiones están Nazaret y Naín,
en Galilea y Gilboa ya en Samaria. Ya sé que puede no ser útil, pero es para
situarnos un poco. Por alguna aldea que no cita el Evangelio, iban diez
leprosos juntos. Acaso entre ellos se ayudaran, porque la sociedad los
marginaba al considerar que su enfermedad era un castigo de Dios por los
pecados cometidos. No podían entrar en ciudades, poblados, aldeas ni en ningún
lugar. Iban por las afueras gritando ‘¡impuro, impuro!’ para que nadie se
acercase, pero también para que alguien les dejase alimento en algún lugar, se
marchase y ellos acercarse a recogerlo.
Era muy estricta la actitud de los
israelitas con estas personas, lo cual no era extraño, ya que la normativa
contenida en el Levítico lo decía muy claro: ‘El leproso, manchado de lepra,
llevará rasgadas sus vestiduras, desnuda la cabeza, y cubrirá su barba, e ira
clamando: ‘¡inmundo, inmundo!’. Todo el tiempo que le dure la lepra será inmundo.
Es impuro y habitará solo; fuera del campamento tendrá su morada’.(Lev. 13,
45-46).
CURA DIEZ LEPROSOS.-ALEXANDRE BIDA.-ROMANTICISMO
Esto lo conocía
Jesús sobradamente, pero eso no fue obstáculo para que se detuviese y les
atendiese. ‘Se pararon a distancia y, levantando la voz, dijeron: ¡Jesús, Maestro,
ten compasión de nosotros! Al verlos, les dijo: Id y presentaos a los
sacerdotes’. Fijémonos que no les dice que están curados ni tampoco les
pregunta nada. Solamente les indica que cumplan lo que decía la Ley en caso de
curación, es decir, debían presentarse a los sacerdotes para demostrar su
curación ya que ellos eran los testigos cualificados de su sanación y debían,
como diríamos hoy, certificarla. A partir de ese momento ya se podían
reintegrar en la sociedad y ofrecer algún sacrificio en acción de gracias.
Ellos
tampoco replicaron nada ni discutieron la indicación de Jesús. Conocían lo que
significaba. Tuvieron confianza en lo que el Galileo les decía, ‘y sucedió que,
mientras iban, quedaron limpios’.
AUTOR DESCONOCIDO POR MÍ
Hasta aquí, todo muy bien y normal, según las
actuaciones del Maestro que ellos conocían y que posiblemente por esa razón le
suplicaron compasión. Pero a partir de este momento el relato sufre un giro muy
importante, para los leprosos y para…nosotros. Digo esto último no porque
seamos leprosos, ¡gracias a Dios!, sino por lo que veremos ahora mismo.
Fíjense:
‘Uno de ellos,
viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz; y postrándose
rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano’.
Inaudito. Iban en grupo. Todos ilusionados. Todos viéndose limpios. Pero hubo
uno, ‘uno solamente’, que al verse así, se olvidó de los sacerdotes, del templo
y de la oficialidad de su situación. Para él, eso vendría después. Antepuso su
infinito agradecimiento a Jesús por el giro que tomaba su vida a partir de
ahora, que el cumplimiento de Ley. Eso vendría después, pero en su escala de
valores supo, quiso y pudo acudir al Señor. ¿Es que los otros no lo vieron
partir en dirección a donde estaba Jesús? ¡Claro que lo verían! La razón por la
que no hicieron lo mismo la conocerían ellos. Tal vez pensaron que primero
había que cumplir con la Ley, pero lo cierto es que Jesús alabó la actitud del
samaritano.
El Redentor le dejó glorificar a Dios.
Le dejó que, como pudiese, tal vez a lágrima viva, le mostrase su
agradecimiento. Pero el corazón de Jesús estaría inundado por la tristeza.
SÓLO UNO VUELVE AGRADECIDO
No
se trataba de que esperara el agradecimiento mundano. Le dolía en lo más íntimo
que solamente uno de los diez, se hubiese acordado de Dios, siendo samaritano,
un extranjero, y que los israelitas se olvidasen de agradecer a su Padre el
beneficio que habían recibido. ‘Tomó la palabra Jesús y dijo: ¿No quedaron
limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a
dar gloria a Dios sino este extranjero?’ Muy triste, ¿verdad? Le dolió su
ingratitud y ellos no pudieron recibir lo que el samaritano después de curado.
A esto es a lo
que me refería más arriba. Tantas cosas recibimos a diario de Dios, unas que
sabemos, otras que le pedimos y nos las concede, otras que ignoramos, pero que
Dios nos las da igualmente. Las tomamos como algo natural y no se nos ocurre
pensar que algo tan corriente como poder andar por la calle es una gracia
recibida del Creador. Y, obviamente, no le damos gracias por ello. Como los
otros nueve curados.
‘¡Nos parece demasiado dedicarle unos minutos
para agradecer los bienes que en todo momento nos concede! Quieres dedicarte a
tu tarea, dices. Pero, amigo mío, te engañas miserablemente, ya que tu tarea no
es otra que agradar a Dios y salvar tu alma; todo lo demás no es tu tarea: si
tú no la haces, otros la harán; mas, si pierdes el alma, ¿quién la salvará?’.
También conocemos al autor de este pensamiento o, al menos, habremos oído
hablar de él. Se trata de lo que dijo en uno de sus sermones San Juan María Vianney, el Santo Cura
de Ars. El papa Pío XI lo canonizó el 31 de
mayo de 1925, y tres años más tarde lo nombró Patrono de los Párrocos.
Pero el
samaritano agradecido recibió algo más, además de la curación: ‘Y le dijo: Levántate
y vete; tu fe te ha salvado’. Imagino que Jesús, cuando le dirigió estas
palabras, lo levantó de su postración y, mirándole a los ojos, con una sonrisa
como debía ser la suya, le dirigió esas palabras. Posiblemente el samaritano no
alcanzase a ver el significado real de la gracia que había recibido, pero no
por eso dejó de recibirla. Así era (así ES) Jesús.
‘Si la fe salvó
a aquel que se postró para dar gracias, la malicia perdió a los que no se
cuidaron de dar gloria a Dios por los beneficios recibidos’. (SAN BEDA. Catena
Áurea, volumen VI). Nada de lo que tenemos es realmente nuestro. Somos
administradores de los talentos que recibimos. Los usamos y disfrutamos, pero
hemos de hacer también lo que dice San Pablo:
‘Y todo lo que hacéis, de palabra o de obra,
hacedlo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de Él’.
(Col. 3, 17). Esta perícopa de la curación de los leprosos yo me
atrevería a decir que es ‘la exaltación del agradecimiento’.
PARÁBOLA DEL FARISEO Y EL PUBLICANO
¿Recuerdan la
parábola del fariseo y el publicano? ¡Seguro que sí! ¿Podríamos decir que
realmente la postura de agradecimiento del fariseo era una acción de gracias a
Dios? ¿O era un agradecimiento hecho solamente con los labios, recreándose en
todo cuanto se atribuía, teniendo el corazón absolutamente alejado de Dios? Y,
además, en una absurda postura, comparándose
con el pobre publicano al que da a entender que desprecia.
Pienso
que el agradecimiento es una piedra angular en nuestra relación con Dios, ya
que cuando en la Liturgia de la Eucaristía oímos al sacerdote celebrante decir
al principio del Prefacio: ‘En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y
salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre Santo, Dios
Todopoderoso y Eterno…’ En apenas dos líneas y hay un curso completísimo sobre
el agradecimiento: Justo y necesario. Nuestro deber y salvación. Siempre y en
todo lugar, dar gracias a Dios. Precioso. Y si nos ponemos a desmenuzar cada
uno de esos conceptos en relación con Dios…
APOTEOSIS DE SANTO TOMÁS DE AQUINO.-ZURBARÁN.-BARROCO |
‘Soy incapaz de darte la alabanza debida por
todos estos beneficios; por eso doy gracias a tu Majestad por la abundancia de
tu inmensa bondad, para que multipliques, conserves y recompenses siempre en mí
la gracia’. Quien dijo eso se daba perfecta cuenta de las limitaciones que
tenemos las personas para dar gracias a Dios. Hace patente nuestra nada a la
vez que la inmensidad y grandeza del Creador. Quien así escribió es el Doctor
Angélico, Santo Tomás de Aquino, canonizado en 1323 y proclamado Doctor de la
Iglesia en 1567.
Y para
finalizar, permítanme, por favor, que lo haga con Fray Luis de Granada: ‘Aquel
tiempo que sigue después de la Comunión, es el mejor que hay para negociar con
Dios y para abrazarle dentro de tu corazón. Y así debe el hombre estar este
tiempo en la iglesia o donde comulgó, dando gracias al Señor por este beneficio
y ocupando su corazón con santos pensamientos y oraciones.’ (Fray Luis de
Granada. Del Sacramento de la Eucaristía).
FRAY LUIS DE GRANADA.-RETRATO DE FRANCISCO PACHECO.-MANIERISMO
Es que la Misa es la Acción de Gracias por excelencia.