Curación de la hemorroísa.-26-marzo-2012
Posted byEste milagro, junto con el de la resurrección de la hija de Jairo, son de los más conocidos de Jesucristo. Incluso podríamos decir que están interrelacionados en lo que al tiempo se refiere, ya que cuando iba a atender la petición de unos padres angustiados porque su hija se les moría, ocurrió el otro milagro a pesar de Él.
Digo a pesar de Él porque realmente no intervino directamente, sino que su Gracia actuó a la vista de la fe de aquella mujer. Cuando notó la fuerza que había salido de su interior se percató de que algo había pasado. Pero vamos por partes.
Quizá hubiese tenido que poner los dos relatos juntos en la misma entrada porque al estar juntos crean una mayor tensión dando un dramatismo superior a la escena, pero acaso sería excesivamente larga por el número de imágenes y se podría perder la identidad de alguno de los milagros, si no ocurría en los dos casos, ya que la claridad del relato podría estar comprometida. Así que he optado por el de la mujer que sufría pérdidas de sangre en primer lugar.
Como en todo, hay que intentar meterse dentro de la piel del pintor, autor de cada cuadro. Cada uno tiene su propia sensibilidad y su propia forma de concebir la escena. La forma y el color son determinantes en el pintor, así como el volumen, la forma, el espacio o los materiales empleados en el caso de los escultores, para hacer llegar el mensaje que quieren transmitir a quien contemple su obra.
Pero también debemos meternos, como el pintor, dentro del ambiente del tema que está ante nuestros ojos. Analizarlo. Criticarlo, en el buen sentido de la palabra. Observar matices, actitud de los personajes, de sus gestos, de sus rostros… Convertirnos en protagonistas con la imaginación y meternos dentro del cuadro o de la escultura.
Como en todas las entradas, pongo varios cuadros con variados estilos pintados en diferentes épocas. De ahí surge la riqueza del Arte. Veamos en este caso a partir del relato del Evangelio.
‘Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias. Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor. Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba: Con sólo tocar su manto quedaré curada. Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal. Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: ¿Quién tocó mi manto? Sus discípulos le dijeron: ¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado? Pero él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido. Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a sus pies y le confesó toda la verdad. Jesús le dijo: Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad’. (Mc. 5, 25-34).
A partir de aquí vienen los interrogantes. ¿Por qué no quiso ir directamente a Jesús para pedir su curación? Cabe suponer que no quería molestar al Maestro y pensó que, según la fe que tenía en su poder sanador, solamente con tocar su manto curaría. Pero también podríamos pensar, teniendo en cuenta la mentalidad de la época, que esa enfermedad debía darle vergüenza exponerla ante todos los que seguían al Maestro, ya que si lo decía abiertamente todos sabrían que ella era impura y quien la tocase incurría en impureza. Ahí toma carta de naturaleza esa magnífica intuición, ese sexto sentido que adorna a las mujeres, que inmediatamente la impulsa a poner manos a la obra.
No lo piensa dos veces. Espera la ocasión de llegar hasta el joven rabí cuando hubiese mucha gente a su alrededor y así pasar desapercibida para Él y para el gentío. El momento se presenta cuando se dirigía a casa de Jairo a curar a su hija, seguido de muchísima gente deseosa de contemplar lo que Jesús iba a hacer con esa muchacha gravemente enferma.
Pero una parte no le salió bien. Es cierto que llega hasta Él, quién sabe si con codazos o con alguna que otra discusión con quien hubiera empujado sin querer con el fin de conseguir su propósito y que hasta lograrlo cabía la posibilidad de tener que echarse al suelo y desde ahí tocar el manto o la orla de su túnica de manera disimulada y tenue. No hacía falta más según su pensamiento.
Jesús lo notó. La fuerza que salió de su interior le avisaba que alguien le había tocado con algún propósito concreto. Su pregunta así lo confirma: ‘¿Quién tocó mi manto?’ El desconcierto entre los discípulos y entre quienes oyeron la pregunta se hizo patente: ‘Sus discípulos le dijeron: ¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?’ No había vuelta de hoja. Él sabía lo que decía y ‘seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido’. La mujer no tenía otra opción. Estaba cogida por todas partes. Y ‘muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a sus pies y le confesó toda la verdad’.
Pero no acabó ahí el tema, porque ‘Jesús le dijo: Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad’. Ese era Jesús de Nazaret. Daba más valor a la fe que tenía la mujer que a la curación en sí misma, como dijo en otra ocasión: ‘Os aseguro que, si fuera vuestra fe como un grano de mostaza, le diríais a aquella montaña que viniera aquí, y vendría. Nada os sería imposible’. (Mt. 17, 20).
En fin. Ahora les toca a ustedes disfrutar. Intenten ser protagonistas en esta historia y, ¿por qué no? Hagan volar la imaginación, véanse a sí mismos con un pincel o un cincel en la mano enriqueciendo el Arte con su aportación.
LA CURACIÓN DE LA HEMORROÍSA POR JESÚS.-MOSAICO