El mes de diciembre pasado comencé un tema muy atractivo en la vida de Jesucristo: los milagros. Lo interrumpí para no hacer monótonas las distintas entradas y elegí el país de Jesús para conocer los lugares que el Hijo de Dios frecuentó cuando, asumiendo nuestra naturaleza humana, nació en Belén de Judá y desarrolló una vida de servicio a todos nosotros dándonos a conocer la plenitud y perfección de la Ley: ‘No penséis que he venido a abolir las enseñanzas de la ley y de los profetas; no he venido a abolirlas, sino a llevarlas hasta sus últimas consecuencias’. (Mt. 5, 17)
Esto lo hizo mediante una predicación durante tres años aproximadamente, en los cuales dio sobradas pruebas de ser Dios a través de distintas circunstancias, una de las cuales fueron los milagros. Y aquí retomo el tema, que al ser tan numerosos, los cuadros especialmente, y las esculturas, necesariamente deberé hacer distintas acotaciones y emplear distintas entradas, alternando con otros temas.
Soy consciente que los expertos en Sagradas Escrituras harán esto montones de veces mejor que yo, pero ¡bueno! Me arriesgaré.
Un punto de partida podría ser el convencimiento que tenían los judíos de aquella época de que la persona que padecía una enfermedad era porque Dios lo había castigado, a causa de los pecados que habían podido cometer él o alguien de su familia. Y eso significaba que solamente Dios lo podía curar.
Esto lo podemos comprobar en un pasaje que San Juan nos relata: ‘Mientras caminaba, Jesús vio un hombre que era ciego de nacimiento. Sus discípulos, al verlo, le preguntaron: Maestro, ¿por qué nació ciego este hombre? ¿Fue por un pecado suyo o de sus padres? Jesús respondió: La causa de su ceguera no ha sido ni un pecado suyo ni de sus padres. Nació así para que el poder de Dios pueda manifestarse en él’. (Jn. 9, 1-3). A través de este relato Jesús desmonta la creencia popular de la enfermedad como castigo de Dios.
Lo que sí está claro es, por una parte, que los que aceptaban a Jesús y su predicación le reconocían y aceptaban su capacidad tanto para curar como para expulsar demonios. Pero por otra parte estaban aquellos que no solamente no lo aceptaban, sino que incluso lo perseguían, más o menos solapadamente, como vimos en la entrada anterior, que aunque presenciaban la evidencia de los hechos, se resistían a admitir esta capacidad y le daban todas las vueltas imaginables a los mismos para autoconvencerse y convencer al pueblo de que Él no podía hacer eso. Les molestaba porque si según sus creencias la enfermedad era a causa de algún pecado y solamente podía curarlos Dios, si admitían las curaciones tenían que admitir que Jesús era Dios. Y eso era muy fuerte para ellos.
Mateo nos lo expone: ‘Le presentaron un endemoniado ciego y mudo. Jesús lo sana. La gente decía: ¿No será este el Hijo de David? Los fariseos al oírlo dijeron: Este expulsa los demonios por el poder de Belcebú, príncipe de los demonios. Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y les dijo: Todo reino dividido acaba en la ruina. Si Satanás expulsa a Satanás, está dividido…Pero si yo expulso los demonios con el poder del Espíritu de Dios, es que ha llegado a vosotros el reino de Dios’. (Mt. 12, 22-28).
No obstante, no es que los milagros estaban ahí solamente, sino que ellos y el Reino de Dios ocupaban el eje de su predicación. Y cuando se tropezaba con algún enfermo o lisiado se movía a compasión ante el dolor y el sufrimiento de sus semejantes. No permanecía impasible. Y la gente, el pueblo llano, lo sabía y no dudaba en llevarle enfermos, muchos enfermos. ‘Al atardecer, cuando ya se había puesto el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Él curó entonces a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios, pero a estos no les dejaba hablar, pues sabían quién era’. (Mc. 1, 32-34).
Incluso era sensible ante el padecimiento del hambre de la gente que le seguía, lo cual motivó el conocidísimo milagro de la multiplicación de los panes y los peces, del que nos ocuparemos con mayor detenimiento más adelante.
Los milagros no debemos mirarlos solamente desde el hecho por sí mismo. Existen casos en los que antes de la curación antepone la fe de los enfermos o de sus familiares. Es el caso de un padre desesperado con su hijo enfermo, que se dirige a Jesús. Y le pregunta: ‘¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto? El padre contestó: Desde pequeño. Y muchas veces lo ha tirado al fuego y al agua para acabar con él. Si algo puedes, compadécete de nosotros y ayúdanos. Jesús le dijo: Dices que si puedo. Todo es posible para el que tiene fe. El padre del niño gritó al instante: ¡Creo, pero ayúdame a tener más fe!’ (Mc. 9, 14-29).
Otro de estos casos es el del siervo enfermo de un centurión romano, ¿lo recuerdan? Este oficial romano ha oído hablar de Jesús y lo que hace. Comprende que quien así actúa es alguien acaso superior a los dioses de Roma y esto le hace considerarse indigno de que pise su casa, pero las razones que da conmueven al Maestro. ‘Jesús quedó admirado y volviéndose a la gente que le seguía, dijo: Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande’. (Lc. 7, 1-10). Concluye diciendo que cuando llegaron a la casa el criado estaba curado.
Como se dan dos circunstancias en la temática del blog, por una parte exponer la biografía de Jesús lo más aproximadamente posible a la sucesión de los hechos en el tiempo y por otra parte presentarla desde el Arte, iremos viendo todos estos milagros poco a poco, aunque en algunos nos ocupe una entrada, como ocurrió en el caso de la curación de la suegra de Pedro, publicado en agosto de 2011.
¿Criterios a seguir? Pues se me ha ocurrido clasificarlos siguiendo su tipología y en este sentido los he agrupado en milagros sobre la Naturaleza, sobre curaciones (estos a su vez también los he subdividido) y sobre resurrección de muertos. Ya sé que hay otras formas, pero tampoco se trata de ser exhaustivos. El caso es que veamos cómo lo han visto este grupo de personas dotadas de ese carisma del Arte, los pintores y escultores, y que a través de sus obras seamos capaces de descubrir las maravillas de Dios y su cercanía a las personas de todos los tiempos y, por extensión, a nosotros mismos, ya que la enseñanza básica que los milagros transmiten es la presencia del Reino de Dios en nuestra querida sociedad.
NO ME HE ATREVIDO A PONER PIE A ESTAS IMÁGENES.
LA SÁBANA SANTA DE TURÍN HABLA POR SÍ MISMA.
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