La mujer samaritana.- 26-octubre-2011
Posted byLa vida pública de Jesús está atestada de múltiples acontecimientos, encuentros, llamadas, lecciones, enseñanzas, milagros y un largo etcétera de contenidos encaminados todos ellos a desarrollar una doctrina, un vida, totalmente nueva para su época, que a la vez llevó una gran contestación por parte de los fariseos, saduceos, escribas, doctores de la Ley y otros personajes aclimatados a la legislación mosaica y que en ocasiones los ponía en evidencia al quedar patente ante el pueblo la discordancia entre lo que explicaban y lo que vivían.
No obstante hay muchos más episodios en los que sus protagonistas no son este tipo de personas pero a las que Jesús les da mayor importancia de la que a primera vista parecen tener: las mujeres.
A través de ellas, como iremos viendo, a lo largo de distintas entradas, nos da como unas lecciones, manifiesta unas actitudes, transmite una sabiduría que llama la atención por su sencillez y profundidad a las que el pueblo judío no estaba acostumbrado. ¿Por qué?
La auténtica razón que movía a Jesús de Nazaret la desconozco, pero he intentado leer entre líneas los relatos evangélicos y tener en cuenta la realidad social de la mujer hebrea en tiempos de Jesús. En esa sociedad, como en otras culturas y pueblos contemporáneos a la época de Jesús, la mujer no tenía prácticamente ningún derecho: no podía ocupar cargo público o político alguno y sus opiniones, en general, no eran tenidas en cuenta. En el templo solamente podían entrar al atrio de los gentiles y en las sinagogas había un lugar enrejado que las separaba de los hombres. La enseñanza les estaba prohibida y solamente podían aprender las labores propias de la casa: coser, guisar, limpiar, etc.
Pero Él se las ingeniaba para hacerse el encontradizo con alguna de ellas como es el caso de la coprotagonista con Jesucristo en esta entrada: la mujer samaritana.
Es superconocido este pasaje y no solamente de ahora. Muchos pintores y escultores, especialmente los primeros, han usado las telas y coloridos de sus cuadros para transmitir a sus coetáneos y a generaciones posteriores (por ejemplo a nosotros) su visión de este tema.
Los Evangelios nos lo transmiten a través de Juan, 4, 1-42. Ustedes, aunque me imagino que lo conocen sobradamente, pueden releerlo cuando quieran y no lo voy a poner completo por su extensión, pero sí voy a incidir en unos puntos que más me han llamado la atención. Todas las citas que pongo están incluidas en el fragmento evangélico arriba indicado.
Vamos a imaginarnos el momento y el lugar. Jesús se dirige a la región de Samaria. Fíjense en la aclaración que hace San Juan en su texto, aparentemente sin importancia o fuera de lugar, pero no es así. Sí que la tiene, porque aún realza más la intención del Maestro: ‘Y es que los judíos no se trataban con los samaritanos’. Claro, teniendo en cuenta esta indicación, ¿por qué tenía que dirigirse a aquella zona, donde teóricamente eran mal vistos?
Podrán haber muchas razones o no, pero personalmente pienso que hay una fundamental y acaso San Juan estaría indicando lo mismo: la universalidad de su mensaje. Es para todos sin excepción. Y acaso si dirigiera con toda idea al pozo de Jacob a descansar, porque ‘estaba cansado del camino’.
Había que reponer fuerzas y alguien se acercaría por allí, básicamente…alguna mujer a recoger agua para su casa. Y así ocurrió. ¿Casualidad? En lo que a mí se refiere no creo en las casualidades. Lo cierto es que esa mujer, probablemente vecina de la ciudad de Sicar, muy próxima al pozo, fue la protagonista de este diálogo junto con Jesús, el cual aprovecha la ocasión: ‘Dame agua’, le dice.
San Juan pone en claro dos puntos: Era la hora sexta, espacio comprendido entre las doce mediodía y las tres de la tarde, de donde podemos deducir que si esa mujer fue a esa hora, es porque normalmente no encontraría a ningún vecino o vecina en el pozo. Pero lo encontró. ¡Vaya si lo encontró! El otro punto que hace notar es que ‘los discípulos se habían ido a la ciudad para comprar de comer’.
La primera reacción de la samaritana es de extrañeza. ‘¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?’ Jesús no le contesta directamente su pregunta, sino que al responderle la va conduciendo a su terreno para poder llegar a su objetivo: la evangelización de la zona a partir de esa mujer que, sin saberlo, es colaboradora con Jesucristo como iremos viendo.
‘Si tú conocieses el don de Dios y quién es el que te dice “dame de beber”, tú le hubieras pedido a Él y te habría dado agua viva’. Lógicamente no ‘coge’ la respuesta…aún. ‘Señor. Tú no tienes con qué sacarla y el pozo es profundo. ¿Con qué sacarías esa agua viva?’
Bueno. Tal vez hubiera intuido algo, porque al dirigirse a Él le llama ‘Señor’, aunque no en el sentido real. Eso lo captará más adelante, pero ahora está inmersa en la materialidad del agua y así se lo manifiesta a Jesús: ‘¿Acaso eres tú más que nuestro padre Jacob que nos dio este pozo de donde bebió él, sus hijos y sus ganados?’
Ahí el Maestro ya empieza a entrar en el tema. ‘Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed, pero el que bebiere del agua que yo le daré, nunca en adelante volverá a tener sed, sino que el agua que yo le diere, se hará en él una fuente que salta hasta la vida eterna’.
¡Claro! Una proposición así valía la pena, porque ella entendió que con esa agua ya no tendría necesidad alguna de acarrear más agua, según se desprende de la respuesta que da: ‘Señor, dame de esa agua para que no tenga sed ni siga viniendo aquí a sacarla’.
El Salvador ya se emplea a fondo. Y pone el dedo en la llaga. ‘Anda. Llama a tu marido y vuelve aquí’. La mujer responde con naturalidad, pero no se espera lo que le viene. ‘No tengo marido’. Ahora el Maestro ya la tiene en el justo punto donde quería. ‘Has dicho verdad diciendo que no tienes marido, porque ya son cinco los que has tenido y el que ahora tienes no es tu marido. En esto has dicho verdad’.
No. No lo esperaba. Se queda ‘a cuadros’. Un extraño al que no ha visto nunca, judío por añadidura, ha puesto ante ella la vida que está viviendo, su realidad. Y, como mujer que es, da paso a ese magnífico don que las mujeres tienen: la intuición femenina. A través de ella se va dando cuenta que con quien habla no es un hombre corriente. Ahí hay Alguien muy superior a lo aparenta.
‘Señor. Veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron a Dios en este monte y vosotros decís que el sitio donde hay que adorar es en Jerusalén’. ¿Es una defensa lo que plantea porque no sabe qué decir ni qué hacer? Jesús le va facilitando la salida al ‘lío mental’ que tiene la mujer y ya se emplea a fondo.
‘Créeme, mujer; se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero llega la hora, y ésta es, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque estos son los adoradores que el Padre quiere. Dios es espíritu, y sus adoradores han de adorarle en espíritu y en verdad’.
Y, ¡por fin!, nuevamente con la actuación de la intuición femenina, da una contestación en la que hace patente su sospecha: ‘Sé que va a venir el Mesías, el llamado Cristo. Cuando Él venga nos dirá todas las cosas’. Y Jesús, llegado ya el momento que esperaba después del diálogo mutuo, en la soledad del lugar, sin importar el sol, el calor ni el cansancio, contesta manifestando su realidad: ‘Yo soy. El que habla contigo’.
En ese momento llegaron los discípulos con las viandas compradas en Sicar, pero no se extrañaron que anduviese dialogando con una mujer. Estaban acostumbrados a las actuaciones de su Maestro. Lo cierto es que la samaritana, dejando allí su cántaro, marchó para anunciar a sus amigos y vecinos en general el suceso que había vivido y que, a buen seguro, jamás olvidaría en su vida.
Según se desprende del relato, muchos samaritanos acudieron a oírlo y creyeron en Él. Le rogaron que se quedase con ellos y con ellos estuvo dos días, al final de los cuales ya le dijeron a la mujer que los avisó: ‘Ya no creemos por lo que tú nos dijiste, sino porque nosotros mismos hemos oído y visto que éste es, verdaderamente, el salvador del mundo’.
En fin. Ahí está. En ese final se da la nota de que un pueblo que no quería nada con los judíos supieron captar el mensaje y, según se desprende, ser también seguidores suyos y de su doctrina. Ya ven, como les decía al principio, que los pintores mayoritariamente nos presentan la escena desde la época que vivieron y desde su concepción del tema. Les dejo con un par de cuadros más.
No obstante hay muchos más episodios en los que sus protagonistas no son este tipo de personas pero a las que Jesús les da mayor importancia de la que a primera vista parecen tener: las mujeres.
A través de ellas, como iremos viendo, a lo largo de distintas entradas, nos da como unas lecciones, manifiesta unas actitudes, transmite una sabiduría que llama la atención por su sencillez y profundidad a las que el pueblo judío no estaba acostumbrado. ¿Por qué?
La auténtica razón que movía a Jesús de Nazaret la desconozco, pero he intentado leer entre líneas los relatos evangélicos y tener en cuenta la realidad social de la mujer hebrea en tiempos de Jesús. En esa sociedad, como en otras culturas y pueblos contemporáneos a la época de Jesús, la mujer no tenía prácticamente ningún derecho: no podía ocupar cargo público o político alguno y sus opiniones, en general, no eran tenidas en cuenta. En el templo solamente podían entrar al atrio de los gentiles y en las sinagogas había un lugar enrejado que las separaba de los hombres. La enseñanza les estaba prohibida y solamente podían aprender las labores propias de la casa: coser, guisar, limpiar, etc.
Pero Él se las ingeniaba para hacerse el encontradizo con alguna de ellas como es el caso de la coprotagonista con Jesucristo en esta entrada: la mujer samaritana.
Es superconocido este pasaje y no solamente de ahora. Muchos pintores y escultores, especialmente los primeros, han usado las telas y coloridos de sus cuadros para transmitir a sus coetáneos y a generaciones posteriores (por ejemplo a nosotros) su visión de este tema.
Los Evangelios nos lo transmiten a través de Juan, 4, 1-42. Ustedes, aunque me imagino que lo conocen sobradamente, pueden releerlo cuando quieran y no lo voy a poner completo por su extensión, pero sí voy a incidir en unos puntos que más me han llamado la atención. Todas las citas que pongo están incluidas en el fragmento evangélico arriba indicado.
Vamos a imaginarnos el momento y el lugar. Jesús se dirige a la región de Samaria. Fíjense en la aclaración que hace San Juan en su texto, aparentemente sin importancia o fuera de lugar, pero no es así. Sí que la tiene, porque aún realza más la intención del Maestro: ‘Y es que los judíos no se trataban con los samaritanos’. Claro, teniendo en cuenta esta indicación, ¿por qué tenía que dirigirse a aquella zona, donde teóricamente eran mal vistos?
Podrán haber muchas razones o no, pero personalmente pienso que hay una fundamental y acaso San Juan estaría indicando lo mismo: la universalidad de su mensaje. Es para todos sin excepción. Y acaso si dirigiera con toda idea al pozo de Jacob a descansar, porque ‘estaba cansado del camino’.
Había que reponer fuerzas y alguien se acercaría por allí, básicamente…alguna mujer a recoger agua para su casa. Y así ocurrió. ¿Casualidad? En lo que a mí se refiere no creo en las casualidades. Lo cierto es que esa mujer, probablemente vecina de la ciudad de Sicar, muy próxima al pozo, fue la protagonista de este diálogo junto con Jesús, el cual aprovecha la ocasión: ‘Dame agua’, le dice.
San Juan pone en claro dos puntos: Era la hora sexta, espacio comprendido entre las doce mediodía y las tres de la tarde, de donde podemos deducir que si esa mujer fue a esa hora, es porque normalmente no encontraría a ningún vecino o vecina en el pozo. Pero lo encontró. ¡Vaya si lo encontró! El otro punto que hace notar es que ‘los discípulos se habían ido a la ciudad para comprar de comer’.
La primera reacción de la samaritana es de extrañeza. ‘¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?’ Jesús no le contesta directamente su pregunta, sino que al responderle la va conduciendo a su terreno para poder llegar a su objetivo: la evangelización de la zona a partir de esa mujer que, sin saberlo, es colaboradora con Jesucristo como iremos viendo.
‘Si tú conocieses el don de Dios y quién es el que te dice “dame de beber”, tú le hubieras pedido a Él y te habría dado agua viva’. Lógicamente no ‘coge’ la respuesta…aún. ‘Señor. Tú no tienes con qué sacarla y el pozo es profundo. ¿Con qué sacarías esa agua viva?’
Bueno. Tal vez hubiera intuido algo, porque al dirigirse a Él le llama ‘Señor’, aunque no en el sentido real. Eso lo captará más adelante, pero ahora está inmersa en la materialidad del agua y así se lo manifiesta a Jesús: ‘¿Acaso eres tú más que nuestro padre Jacob que nos dio este pozo de donde bebió él, sus hijos y sus ganados?’
Ahí el Maestro ya empieza a entrar en el tema. ‘Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed, pero el que bebiere del agua que yo le daré, nunca en adelante volverá a tener sed, sino que el agua que yo le diere, se hará en él una fuente que salta hasta la vida eterna’.
¡Claro! Una proposición así valía la pena, porque ella entendió que con esa agua ya no tendría necesidad alguna de acarrear más agua, según se desprende de la respuesta que da: ‘Señor, dame de esa agua para que no tenga sed ni siga viniendo aquí a sacarla’.
El Salvador ya se emplea a fondo. Y pone el dedo en la llaga. ‘Anda. Llama a tu marido y vuelve aquí’. La mujer responde con naturalidad, pero no se espera lo que le viene. ‘No tengo marido’. Ahora el Maestro ya la tiene en el justo punto donde quería. ‘Has dicho verdad diciendo que no tienes marido, porque ya son cinco los que has tenido y el que ahora tienes no es tu marido. En esto has dicho verdad’.
No. No lo esperaba. Se queda ‘a cuadros’. Un extraño al que no ha visto nunca, judío por añadidura, ha puesto ante ella la vida que está viviendo, su realidad. Y, como mujer que es, da paso a ese magnífico don que las mujeres tienen: la intuición femenina. A través de ella se va dando cuenta que con quien habla no es un hombre corriente. Ahí hay Alguien muy superior a lo aparenta.
‘Señor. Veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron a Dios en este monte y vosotros decís que el sitio donde hay que adorar es en Jerusalén’. ¿Es una defensa lo que plantea porque no sabe qué decir ni qué hacer? Jesús le va facilitando la salida al ‘lío mental’ que tiene la mujer y ya se emplea a fondo.
‘Créeme, mujer; se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero llega la hora, y ésta es, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque estos son los adoradores que el Padre quiere. Dios es espíritu, y sus adoradores han de adorarle en espíritu y en verdad’.
Y, ¡por fin!, nuevamente con la actuación de la intuición femenina, da una contestación en la que hace patente su sospecha: ‘Sé que va a venir el Mesías, el llamado Cristo. Cuando Él venga nos dirá todas las cosas’. Y Jesús, llegado ya el momento que esperaba después del diálogo mutuo, en la soledad del lugar, sin importar el sol, el calor ni el cansancio, contesta manifestando su realidad: ‘Yo soy. El que habla contigo’.
En ese momento llegaron los discípulos con las viandas compradas en Sicar, pero no se extrañaron que anduviese dialogando con una mujer. Estaban acostumbrados a las actuaciones de su Maestro. Lo cierto es que la samaritana, dejando allí su cántaro, marchó para anunciar a sus amigos y vecinos en general el suceso que había vivido y que, a buen seguro, jamás olvidaría en su vida.
Según se desprende del relato, muchos samaritanos acudieron a oírlo y creyeron en Él. Le rogaron que se quedase con ellos y con ellos estuvo dos días, al final de los cuales ya le dijeron a la mujer que los avisó: ‘Ya no creemos por lo que tú nos dijiste, sino porque nosotros mismos hemos oído y visto que éste es, verdaderamente, el salvador del mundo’.
En fin. Ahí está. En ese final se da la nota de que un pueblo que no quería nada con los judíos supieron captar el mensaje y, según se desprende, ser también seguidores suyos y de su doctrina. Ya ven, como les decía al principio, que los pintores mayoritariamente nos presentan la escena desde la época que vivieron y desde su concepción del tema. Les dejo con un par de cuadros más.
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