VAN DEN EECKHOUT.-BARROCO
Aunque la vida de Jesús de Nazaret es riquísima en episodios y cabe suponer que también en anécdotas, no todos los que son comentados en los Evangelios, fuente histórica en la que me documento para las entradas de este blog, han sido recogidos por los pintores o escultores de todos los tiempos con la misma abundancia de otros. Incluso hay algunos que escasean.
Esto me ha ocurrido con uno de los pasajes del principio de su vida pública. Es en concreto el que podríamos designar como el de su ‘presentación en sociedad’, del que apenas he conseguido unos pocos cuadros con calidad suficiente para ponerlos, la mayoría de ellos de autores de los siglos XIX Y XX.
En concreto me estoy refiriendo al pasaje que nos presenta un Jesús joven y totalmente desconocido de la realidad de su persona, pues solamente era conocido como ‘el hijo de José’ o ‘el hijo del carpintero’.
Aún no había hecho muchos signos. Acaso el de la conversión del agua en vino en una bodas a las que asistió con su madre, María, en Caná de Galilea y la curación del hijo de un funcionario real, en Cafarnaúm (de este pasaje en concreto no he encontrado nada en internet ni en libros de arte).
Pero ‘vino a los suyos…’ (Jn. 1, 11), en Nazaret, donde se había criado, en la sinagoga de aquel lugar, un sábado cualquiera, se levantó, como buen judío, para hacer la lectura. El Libro que le entregaron correspondía al profeta Isaías. Veamos qué dice el Evangelio de Lucas:
‘Jesús, lleno de la fuerza del Espíritu, regresó a Galilea, y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todo el mundo hablaba bien de él. Llegó a Nazaret, donde se había criado. Según su costumbre, entró en la sinagoga un sábado y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, al desenrollarlo, encontró el pasaje donde está escrito:
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y dar vista a los ciegos, a liberar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor”.
Después enrolló el libro, se lo dio al ayudante y se sentó. Todos los que estaban en la sinagoga tenían los ojos clavados en él. Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura que acabáis de escuchar’. (Lc. 4, 14-21).
Hasta aquí todo fue bien. Sus convecinos parece que no acababan de creer del todo lo que estaban viendo y oyendo. Ante ellos solamente estaba el que habían visto con mucha frecuencia por sus calles o en un modesto taller de carpintería. Sin embargo, ‘todos asentían y se admiraban de las palabras que acababa de pronunciar. Comentaban: ¿No es éste el hijo de José?’ (Lc. 4, 22).
Pero la respuesta de Jesús ya no les pareció tan buena ni sensata, puesto que desató su ira. Es decir, que ‘… los suyos no le recibieron’.(Jn. 1, 11) San Lucas nos hace así la continuación del relato:
‘Y añadió: Seguramente me recordaréis el proverbio “Médico, cúrate a ti mismo. Lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm, hazlo también aquí, en tu pueblo”. Y añadió. La verdad es que ningún profeta es bien acogido en su tierra. Os aseguro que muchas viudas había en Israel en tiempos de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses y hubo gran hambre en todo el país; sin embargo a ninguna de ellas fue enviado Elías , sino a una viuda de Sarepta, en la región de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel cuando el profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino únicamente Naamán, el sirio”.
Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de indignación; se levantaron, lo echaron fuera de la ciudad y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que se asentaba su ciudad, con ánimo de despeñarlo. Pero él, abriéndose paso entre ellos, se marchó’. (Lc. 4, 23-30).
Sí, amigos. Jesús habló muy claro. Tal vez demasiado. Y sus convecinos no estaban preparados para oír estas cosas y mucho menos el mensaje que les quería transmitir. Aquello excedía los límites de lo que estaban acostumbrados a oír los sábado en la sinagoga.
A partir de entonces tendrían que ir acostumbrándose a las predicaciones y milagros que hacía por toda Galilea y fuera de ella y que a nadie dejaba indiferente. Unos se sentían atraídos por aquella nueva forma de oír hablar de Dios. Otros, la rechazaban de plano porque incluso se sentían amenazados por ella. Al final. Acabarían por desear su muerte. Pero ya llegaremos ahí. Antes hay que hablar de otras muchas cosas.
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