Varios de ellos, después de la comida, se sentaron en grupos para comentrar los hechos vividos recientemente, pero el Maestro tenía una cosa muy importate que hacer con el buen Pedro. 'Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: -Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? Le dice él: -Sí, señor, tú sabes que te quiero. Le dice Jesús: -Apacienta mis corderos'. Pedro se quedó extrañado de la pregunta de su Amigo, pero aún más del encargo que le había hecho. Su mente todavía no estaba preparada para comprender el significado del encargo recibido. Aún no había terminado de pensar en el significado de todo aquello cuando se tropezó con la repetición de la pregunta:
'Vuelve a decirle por segunda vez: -Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Le dice él: -Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Le dice Jesús: -Apaciente mis ovejas'. ¡Caramba! ¿Pero no había quedado clara la respuesta que le había dado anteriormente? Ahora le había contestado mecánicamente dejándose llevar de lo dicho momentos antes. Pero lo que ya no esperaba era la tercera andanada: 'Le dice por tercera vez: -Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?' Pedro quedó bloqueado. Desconcertado. ¿Cómo podía preguntarle todo aquello? Y sobre todo, ¿por qué tantas veces? Él era el Mesías y, por lo tanto, lo conocía todo, entonces, ¿qué sentido tenía aquello? Porque estaba seguro que aquellos interrogantes encerraban algún mensaje. Apenas terminó de plantearse esa cuestión, le vino a su mente un hecho cuyo recuerdo le llenó de vergüenza.
NEGACIÓN DE PEDRO.-Gerrit van Honthorst.-S. XVII
Él, Pedro, había negado conocerlo hasta tres veces en la aciaga noche del prendimiento del Maestro. Sencillamente, lo había negado precisamente ante aquella gente, declarados enemigos de Jesús. Era necesario que su Amigo se convenciera de su lealtad, de su fidelidad, incluso hasta la muerte.
'Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: -¿Me quieres?, y le dijo: -Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero'. Jesús le sonrió y Pedro vio una sonrisa diferente a la que estaba acostumbrado a ver en el rostro de su Maestro, el cual, poniendo sus manos sobre los hombros de un Pedro cada vez más aturdido y mirándolo fijamente a los ojos le dijo: 'Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas a donde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará a donde tú no quieras'.
Simón Pedro no terminaba de entender lo que le había dicho, pero sí que se encontró con una paz interior que jamás había experimentado. Realmente 'con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Después añadió: -Sígueme'.
JESÚS, PEDRO Y JUAN, A ORILLAS DEL TIBERÍADES
Jesús echó a andar y tras Él, a corta distancia, iba Pedro, pero 'se vuelve y ve siguiéndoles detrás, al discípulo a quien Jesús amaba, que además durante la cena se había recostado sobre su pecho y le había dicho: -Señor, ¿quién es el que te va a entregar?' Pensaba que el Maestro iba a decirle algo más y por esa razón le había dicho que le siguiera, pero del otro apóstol no encontraba razón de ser de aquel seguimiento. Así que 'dice a Jesús: -Señor, y éste, ¿qué?' Naturalmente Jesús no tenía que dar razón alguna ni justificar nada a nadie. Escuchó la observación de Pedro, pero 'le respondió: -Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme'.
Pedro bajó la cabeza. Quería y admiraba al Maestro. Tenía con Él mucha confianza, pero tenía la sensación de haberse extralimitado. Si existían razones, le pertenecían a Juan, y no a él. Y mientras se iba haciendo éstos y otros razonamientos en su interior, le vino la luz sobre las dos últimas palabras que le dirigió: 'Tú, sígueme'. A él no le correspondía entrar en la actuación de nadie que pudiera apartarle de la misión que había recibido de Jesús: 'Apacienta mis ovejas. Apacienta mis corderos'. Esa, y cuantas le iría encomendando el Salvador, eran suyas. En lo sucesivo solamente él debía apacentar y dirigir el rebaño salvado por el Redentor desde la Cruz y desde la Resurrección.
Este episodio no pasó inadvertido para los demás discípulos y al final ya se comentaban cosas cuya interpretación nada tenía que ver con lo que había dicho Jesús. 'Se divulgó entre los hermanos la voz de que este discípulo no moriría. Pero Jesús no había dicho a Pedro:'No morirá', sino: 'Si quiero que este permaneciese hasta que yo venga, ¿a ti, ¿qué?'
Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y que las ha escrito, y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero.
Hay además otras muchas cosas que hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se escribieran. (Juan, capítulo 21).
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