FRANCESO BASSANO.-MANIERISMO
El ambiente era de una camaradería y fraternidad que no habían experimentado antes. El sentimiento de amistad que habían adquirido con su trato humano siguiendo a Jesús durante tres imborrables años acababa de transformarse en algo superior, algo que sin que lo advirtieran trascendía la vida que habían vivido hasta entonces. A partir de ahora todo iba a cambiar. Ciertamente se miraban unos a otros como miembros de una misma familia en la que se sabían hermanados a través del Maestro, el cual no cesaba de mirarlos sonriente a pesar de conocer que era la última vez que estaba con ellos en este mundo.
Volvió a dirigirse a
ellos diciéndoles: ‘Una vez que me haya ido y os haya
preparado un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que podáis estar donde
voy a estar yo’. (Jn. 14, 3).
Estas palabras los dejaron descolocados. No entendían qué quería decir. ¿A qué camino se refería? ¿A dónde tiene que marchar? Sus miradas se cruzaban pero no se atrevían a preguntarle nada. Sin embargo Tomás, el vehemente Tomás, sí que lo hizo: ‘Pero, Señor, no sabemos dónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?’ (Jn. 14, 5). Ciertamente en esos momentos todavía no estaban preparados para entender el significado de esa expresión. Jesús volvió la cabeza hacia él. Mirándolo a los ojos le respondió: ‘Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie puede llegar al Padre, sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Desde ahora lo conocéis, pues ya lo habéis visto’. (Jn. 14, 6-7).
La seguridad de cuanto dijeron era absoluta y aprovechando el momento les dijo:
ROSTRO DE CRISTO.- CARAVAGGIO.-BARROCO.-
‘¿Ahora creéis? Pues mirad, se acerca la hora, mejor dicho, ha llegado ya, en que cada uno de vosotros se irá a lo suyo y a mí me dejaréis solo. Aunque yo no estoy solo porque el Padre está conmigo. Os he dicho todo esto, para que podáis encontrar la paz en vuestra unión conmigo. En el mundo encontraréis dificultades y tendréis que sufrir, pero tened ánimo, yo he vencido el mundo’. (Jn. 16, 31-33).
Estas palabras
no cayeron en saco roto. Todos estaban muy afectados, tristísimamente afectados
por ellas. Un gran desánimo se apoderó del corazón de todos ellos. Su congoja
se manifestaba en la tristeza de sus rostros acompañada por unos leves sollozos
de algunos de ellos. A pesar de ello el silencio era absoluto. Vieron ponerse
en pie a Jesús, el cual levantó sus ojos y sus brazos y con voz suave y serena
se dirigió a su Padre: ‘Padre, ha
llegado la hora. Glorifica a tu Hijo
para que tu Hijo te glorifique. Tú le diste poder sobre todos los hombres, para
que él dé la vida eterna a todos los que tú le has dado…’.(Jn. 17, 1-2).
TINTORETTO.- RENACIMIENTO.
El alegre bullicio reinante entre los
apóstoles cesó instantáneamente al oír que nuevamente se dirigía a ellos. Al
instante todos ellos se centraron en lo que les estaba diciendo sabiendo que
era el principio de algo más que les diría. Y así fue: ‘Vosotros
ya sabéis el camino para ir adonde yo voy’. (Jn.
14, 4). Estas palabras los dejaron descolocados. No entendían qué quería decir. ¿A qué camino se refería? ¿A dónde tiene que marchar? Sus miradas se cruzaban pero no se atrevían a preguntarle nada. Sin embargo Tomás, el vehemente Tomás, sí que lo hizo: ‘Pero, Señor, no sabemos dónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?’ (Jn. 14, 5). Ciertamente en esos momentos todavía no estaban preparados para entender el significado de esa expresión. Jesús volvió la cabeza hacia él. Mirándolo a los ojos le respondió: ‘Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie puede llegar al Padre, sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Desde ahora lo conocéis, pues ya lo habéis visto’. (Jn. 14, 6-7).
Esa explicación no se la
esperaban. Tampoco la entendían. ¿Cómo era eso de que ‘desde ahora lo conocéis’ y también la continuación ‘ya lo habéis visto’? ¿Cuándo habían
visto ellos al Padre? Como en la ocasión anterior, nadie osaba preguntarle
nada, sin embargo Felipe, pensándolo o no, le preguntó: ‘Señor,
muéstranos al Padre; eso nos basta’. (Jn.
14, 8). Jesús no tuvo más
remedio que sonreír. Los quería. Su sencillez, su limpieza de corazón, su
confianza con Él, lo enternecían y le hacían olvidarse, momentáneamente, de lo
que viviría unas horas después. Le contestó: ‘Llevo
tanto tiempo con vosotros ¿y aún no me conoces, Felipe? –el
apóstol no pestañeaba- El que me ve a
mí, ve al Padre. ¿Cómo me pides que os muestre al Padre? ¿No crees que yo estoy
en el Padre y el Padre en mí?...Os aseguro que el que cree en mí, hará también
las obras que yo hago, e incluso otras mayores, porque yo me voy al Padre’. (Jn.
14, 9-12).
Todos los ojos iban
mirando a Felipe y a Jesús. Pero Santiago, el hermano de Juan, no veía cómo era
posible que ellos hicieran las mismas cosas que hizo Jesús durante los tres
años de vida pública y de los que ellos, sus amigos y discípulos, habían sido
testigos. Empujado tal vez por las intervenciones de Tomás y de Felipe, se
atrevió a preguntarle: -Señor, ¿cómo es posible que nosotros podamos ser capaces
de hacer lo mismo que tú? Nos conoces y sabes nuestra ignorancia y tú eres el
Cristo esperado, el Mesías de Israel-. Jesús lo oyó, volvió a
sonreír débilmente y continuó: ‘En efecto,
cualquier cosa que pidáis en mi nombre, os lo concederé, para que el Padre sea
glorificado en el Hijo. Os concederé todo lo que pidáis en mi nombre’.
Era tanta la confianza que tenían con su Maestro que, a pesar de no entender del todo lo que les decía, lo creían. Continuó diciéndoles: ‘Os he dicho todo esto mientras estoy con vosotros, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, hará que recordéis lo que yo os he enseñado y os lo explicará todo’. (Jn. 14, 25-26).
Ciertamente la
cena de esa noche no la olvidarían jamás. De hecho la tendrían muy presente
mientras vivieran. Todo el contenido de las palabras que su Amigo les dirigía
era denso, trascendente, con unos mensajes de los que se sabían destinatarios y
depositarios de su contenido. Hubo unos momentos de silencio, algo tenso,
porque aunque algunos aprovechasen para seguir comiendo algo, realmente todos
estaban pendientes de que pudiera continuar diciéndoles nuevas cosas. La noche
se prestaba a ello.Era tanta la confianza que tenían con su Maestro que, a pesar de no entender del todo lo que les decía, lo creían. Continuó diciéndoles: ‘Os he dicho todo esto mientras estoy con vosotros, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, hará que recordéis lo que yo os he enseñado y os lo explicará todo’. (Jn. 14, 25-26).
PASCAL DAGNAN BOUVERET.- XS. XIX - XX
Y así fue,
pero…: ‘Hasta ahora os he hablado en un lenguaje
figurado; pero llega la hora en que no recurriré más a ese lenguaje, sino que
os hablaré del Padre claramente. Cuando llegue ese día vosotros mismos
presentaréis vuestras súplicas al Padre en mi nombre; y no es necesario que os
diga que yo voy a interceder ante el Padre por vosotros, porque el Padre mismo
os ama….Salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo para volver al
Padre’. (Jn. 16, 25-28).
El silencio
era tan denso que podía cortarse con un cuchillo. No perdieron detalle de nada
de cuanto dijo, pero en determinado momento ‘los
discípulos le dijeron: -Cierto, ahora has hablado claramente y no en lenguaje
figurado. Ahora estamos seguros de que lo sabes todo y que no es necesario que
nadie te pregunte; por eso creemos que has venido de Dios’. (Jn. 16, 29-30).
La seguridad de cuanto dijeron era absoluta y aprovechando el momento les dijo:
ROSTRO DE CRISTO.- CARAVAGGIO.-BARROCO.-
‘¿Ahora creéis? Pues mirad, se acerca la hora, mejor dicho, ha llegado ya, en que cada uno de vosotros se irá a lo suyo y a mí me dejaréis solo. Aunque yo no estoy solo porque el Padre está conmigo. Os he dicho todo esto, para que podáis encontrar la paz en vuestra unión conmigo. En el mundo encontraréis dificultades y tendréis que sufrir, pero tened ánimo, yo he vencido el mundo’. (Jn. 16, 31-33).
TIÉPOLO.- ROCOCÓ
Paulatinamente
todos se daban cuenta que el Padre también estaba allí con su Hijo. No sabían
el sentido que tenía ese diálogo, pero se daban cuenta que Dios se hacía presente
allí esa noche. Todos se sumieron en un profundo respeto adorador que les
invadió. A Jesús le oían algunas de las frases que decía con voz apenas
perceptible: ‘…Yo te ruego por ellos. No ruego por el
mundo, sino por los que tú me has dado, porque te pertenecen…Padre santo,
guarda en tu nombre a los que me has dado para que sean uno, como tú y yo somos
uno…’ (Jn. 17, 9-11).
No lo oían
todo. Algunas frases se les escapaban. La intimidad entre Padre e Hijo se hacía
patente a través de la actitud orante de Jesús. Ninguno podía describir la
emoción de esos momentos. Juan, el más joven de todos, quizá era el más
impresionado y esos momentos jamás los pudo olvidar. ‘…No
te pido que los saques del mundo, sino que los defiendas del maligno. Ellos no
pertenecen al mundo como tampoco pertenezco yo. Haz que ellos sean
completamente tuyos por medio de la verdad; tu palabra es la verdad…’ (Jn. 17,
15-17).
Andrés se daba
cuenta que el Maestro les estaba encomendando al Padre. Andrés se daba cuenta
que él, pobre pescador del mar de Galilea, era alguien que importaba a Dios y
que éste lo quería tal como era, con sus virtudes y defectos, con todo el Amor
que un Dios Padre puede ser capaz de amar. Y se veía insignificante y desde su
insignificancia enviaba su agradecimiento al Padre a través de su Maestro. ‘Pero no te ruego solamente por ellos, sino también por
todos los que creerán en mí por medio de su palabra’. (Jn.17, 20).
Sí ¡Claro que sí! Andrés se veía lanzado a predicar por todo el mundo lo que Jesús les había ido enseñando, el Amor de un Dios que se desborda en su cariño por todas y cada una de las personas, aunque fueran romanos, griegos o judíos. Todos cabían en la infinita ternura de Dios.
Cuando finalizó su oración, Jesús lanzó un hondo suspiro. Bajó sus ojos
y sus brazos. Los miró a todos y los vio preocupados. Fue acercándose a cada uno de ellos y los bendijo. Luego les pidió que le ayudasen a
retirar la mesa de la cena a un rincón para facilitar la limpieza posterior del
salón y al salir vieron a las mujeres que les habían preparado la cena. Para
ellas era una noche más, una pascua más,…pero para una de ellas, no.Sí ¡Claro que sí! Andrés se veía lanzado a predicar por todo el mundo lo que Jesús les había ido enseñando, el Amor de un Dios que se desborda en su cariño por todas y cada una de las personas, aunque fueran romanos, griegos o judíos. Todos cabían en la infinita ternura de Dios.
BERNARD PLOCKHORST.- S. XIX
María se
acercó a su Hijo posando su cabeza sobre su pecho un breve instante. Se miraron
a los ojos. Fueron dos miradas profundas que desde el silencio se transmitieron
muchas cosas, muchos recuerdos, mucha ternura,…. María se aferró al pecho de
Jesús, éste la separó levemente abrazándola con una dulzura infinita y
depositando un beso en su frente se despidió de ella, mientras las sonrosadas
mejillas de la madre permitían el paso de unas lágrimas de tristeza.
JAMES TISSOT.- S. XIX - XX
Después Jesús y sus amigos salieron de allí. 'Atravesaron el torrente Cedrón y entraron en un huerto que había cerca' (Jn. 18, 1).
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