HARRY ANDERSON.-S. XX
No pudo evitarlo. Magdalena se abrazó al madero como si quisiera detener la muerte del Maestro. Juan permanecía en pie mirando a su amigo sin acabar de asumir su final. La Madre descansaba su cabeza en el hombro de María la de Cleofás, mientras ésta la mantenía cogida por la cintura. La voz de Jesús les hizo mirarlo con ansiedad mientras Él decía: 'Todo se ha cumplido'. (Jn. 19, 30). Un mismo pensamiento cruzó por las mentes de todos: ya estaba agonizando.
TODO SE HA CUMPLIDO.-JAMES TISSOT.-S. XIX - XX
Inmediatamente los hechos se sucedieron muy rápidamente. Como si la misma naturaleza quisiera inclinarse ante su Creador, 'las tinieblas cubrieron toda la región hasta la hora de nona. Entonces Jesús lanzó un grito y dijo: "Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu". Y dicho ésto, expiró'. (Lc. 23, 44-46). María, su Madre, cayó semidesvanecida en los brazos de su hermana María y de Juan. Casi no se enteró de lo que estaba pasando, porque 'entonces el velo del templo se rasgó en dos partes de arriba abajo; la tierra tembló y las piedras se resquebrajaron'. (Mt. 27, 51). Todos cayeron a tierra muy impresionados unos y asustados otros, por lo que estaba sucediendo.
EL TEMBLOR DE TIERRA.-JAMES TISSOT.-S. XIX - XX
Los sacerdotes del templo tenían miedo porque se daban cuenta que aquello era la respuesta de Dios a sus infamias y que el velo del templo que separaba el 'Santo' del 'Santo de los Santos' o 'Santísimo' se rasgase, porque significaba que Yavéh les estaba transmitiendo que el injustamente ejecutado era realmente su Hijo.
EL VELO DEL TEMPLO RASGADO
Algunos de los que estaban en el Gólgota y presenciaron estos fenómenos de la naturaleza, se apresuraron a presentarse ante Anás y Caifás para contarles lo acaecido. Se sorprendieron al ver que ya lo conocían, pues habían acudido algunos sacerdotes a comunicarles lo sucedido con el velo del templo y el temblor de tierra también lo habían tenido en la ciudad. Caifás se mesaba la barba de forma mecánica por la excitación nerviosa que tenía. Se daba cuenta, y no quería reconocerlo, del gravísimo error que había cometido con aquella sentencia. Su cerebro no cesaba de discurrir para ver qué iba a decir al pueblo. Temía alguna sublevación porque ellos también estaban nerviosos y temerosos.
Por su parte, el gobernador romano tenía una preocupación muy seria, ya que se daban todos los componentes para que surgiese una insurrección. Aunque se hubiese lavado las manos dando a entender que él nada tenía que ver con aquel crimen, su objetividad le mostraba que hubiera podido evitarlo aunque para ello hubiese empleado la fuerza militar. Además, su esposa Claudia le había insistido lo suficiente como para haber tenido en cuenta sus palabras y haber obrado mucho más cautamente. Sí. Se sentía algo culpable de aquella muerte a pesar de haber hecho cuanto había podido para ayudar al Nazareno.
Nada tenía ya solución. Los dos soldados que había enviado para que le informaran de cuanto sucedía eran de su máxima confianza y cuando le contaron cómo habían cubierto las tinieblas del lugar y toda la zona, y cómo el terremoto había abierto grietas en el Gólgota, todavía aumentó más su temor. Todo ello no era novedad absoluta, pues él también lo había experimentado en la fortaleza. Recordó las palabras del reo: 'Tú lo dices. Soy Rey, pero mi reino no es de este mundo. Si de este mundo fuera mi reino, mis ministros habrían luchado para que no fuese entregado a los judíos'. (Jn. 18, 33-38). Su preocupación se iba tornando en un temor que, como buen supersticioso que era, iba haciendo mella en él pensando en el hipotético ejército que pudiera tener 'en su reino'.
En el Gólgota, 'toda la muchedumbre que había asistido a aquel espectáculo, viendo lo sucedido, se volvía hiriéndose el pecho'. (Lc. 23, 48). Entre ellos también hacían comentarios de la tremenda equivocación que habían tenido apoyando la petición de los sacerdotes, de los escribas y de los fariseos que pidieron su crucifixión.
Los soldados romanos que estaban alrededor de los tres crucificados, tenían miedo. 'El centurión y los que con él guardaban a Jesús, viendo el terremoto y cuanto había sucedido, temieron sobremanera'. (Mt.27, 54). Algunos deseaban abandonar el lugar pero el respeto a su jefe los mantenía quietos en sus puestos, pero éste se estaba dando cuenta que aquel hombre no era como cualquiera de ellos y todo cuanto estaba sucediendo era la respuesta del Dios del Nazareno a todas las tropelías y bajezas que había soportado desde su prendimiento en el huerto de Getsemaní. Se daba cuenta de que aquello no podía terminar así. No sabía de qué manera, pero lo cierto es que frente a él estaba muerto Jesucristo y en este aspecto no había solución alguna, pero se negaba a admitirlo y su mente de dejaba de pensar en aquello que atormentaba su cerebro.
CONFESIÓN DEL CENTURIÓN.-JAMES TISSOT.-S. XIX-XX
Hubo un momento que su mirada se detuvo en la Madre, atendida por el pequeño grupo que la rodeaba y notó en su interior un impulso desconocido hasta entonces para él, que le hizo pensar en la posibilidad de acudir a ella para darle ánimo y ayudarla en cuanto pudiera hacer, pero ese mismo impulso provocó una reacción en él: descubrió la luz y cayó de rodillas ante Jesús: 'Viendo el centurión que estaba frente a Él, y de qué manera expiraba, dijo: -Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios'. (Mc. 15, 39). E inclinándose lo adoró dándose cuenta que sus dioses romanos no eran tales. Allí no había más que un Dios clavado en la cruz y ésto era una incongruencia. No Radicalmente aquello no podía terminar así. Estaba firmemente convencido aunque no pudiera vislumbrar lo que ocurriría ni cómo sería.
'Había allí mirándole desde lejos, muchas mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle'. (Mt. 27, 55). Todas lo estaban pasando horrorosamente mal. Sus recuerdos iban tomando cuerpo en sus mentes rememorando los momentos que le habían visto hacer milagros o predicar. Él era el Mesías esperado. Lo sabían. Pero tampoco podían admitir aquel final para Él. Yavéh les daría la respuesta a su debido tiempo.
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