CALVARIO.-ANTONIO MUÑOZ DEGRAIN.-ECLECTICISMO
Era la hora sexta. Algunas personas que habían abandonado el Gólgota, a pesar de no haber entrado todavía en Jerusalén, no pudieron evitar volver el rostro y mirar el lugar que habían abandonado. La silueta del lugar árido y pedregoso donde se estaba ejecutando la execrable sentencia se recortaba sobre el cada vez más oscuro cielo de la ciudad. Sobre este cielo que parecía protestar de lo que contemplaba con la desaparición de la luz, se recortaban también las trágicas siluetas de las tres cruces.
Jesús se movía en algunos momentos para intentar cambiar de postura y eso le producía un dolor difícil de imaginar en toda su realidad.Sus débiles quejidos se oían en el silencio de quienes acompañaban a Jesús en su tortura, impotentes, entremezclándose con algunos suspiros y lamentos de dolor y de pena por asistir a los últimos instantes de vida de su Maestro y amigo.
La Madre de Jesús, sentada en el suelo, permanecía inmóvil. Juan, permanentemente junto a ella, no dejaba de preocuparse. Si antes ya lo hacía, ahora, después que Jesús se la confiara todavía aumentaba su responsabilidad. Era una última voluntad que debía cumplir. BARTOLOMÉ BERMEJO.-GÓTICO
María la de Cleofás permanecía absorta en sus pensamientos. Siempre que su marido había manifestado sus temores de seguir a Jesús, ella le había confesado su fe en el Maestro. Además, no en vano era Hijo de su hermana María (Ver Jn. 19, 25). Paulatinamente, a medida que iba oyéndolo predicar y escuchaba cuanto se contaba sobre los milagros que hacía, se iba formando en su interior la certeza de que era realmente el Mesías que Israel esperaba. Ciertamente había roto todos los esquemas que el pueblo había concebido de ser un rey poderoso y fuerte guerrero, pero en ninguna parte de la Torah estaba escrito que eso sería así. Había demostrado ser señor de la vida curando enfermos y tullidos, ciegos y leprosos, y también era señor de la muerte resucitando a Lázaro y a otros muertos. ¿Quién podía hacer eso si no era el mismo Dios?
Aunque ahora le viera clavado en aquel leño, el corazón y su fe le decían que 'aquello' que veía no podía terminar así. No sabía cómo, pero algo tenía que suceder. Desde su interior estaba abriendo la puerta a una esperanza que no sabía cómo iba a finalizar porque iba más allá de ella misma.
Sus pensamientos se interrumpieron al notar que María le había cogido la mano y la apretaba suavemente. Parecía como si quisiera transmitirle el ánimo que todos estaban necesitando. Le correspondió cerrando aquella mano de Madre doliente entre las dos suyas, mientras alguna lágrima emocionada caía sobre su rostro.
ELÍ, ELÍ.-JAMES TISSOT.-S. XIX - XX
De súbito salieron de su ensimismamiento todos los componentes de aquel pequeño grupo así como el centurión, algunos soldados y gente que estaba por allí, porque Jesús había dado un fuerte suspiro entrecortado y exclamó: 'Elí, Elí, lema sabachtani? Que quiere decir: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?'. (Mt. 27, 46).
Ese grito de angustia al sentirse sólo ante el tormento que sufría y la muerte que ya se acercaba, le había hecho dar ese grito de desesperación tomado del salmo 22, que a todos, sin excepción, había conmovido.
La dificultad que tenía para respirar le producía una asfixia que lo impulsaba a buscar una postura para poder tomar aire y expulsarlo luego, lo cual suponía apoyarse en los pies clavados a la cruz, para que la tensión muscular se aliviase algo. Al elevar su cuerpo, este rozaba sobre el áspero madero. Ésto, en una espalda flagelada y llagada, añadía un nuevo suplicio al de no poder respirar. Era perfectamente humano que se encontrase abandonado, aunque de hecho supiese que no era así. Sabía que el Padre estaba con Él como había estado siempre desde que comenzó a existir en el vientre de María, pero el momento que vivía era extremadamente duro.
NUESTRA SEÑORA DE LA CRUZ.-ALBERT CHANOT.-S. XIX - XX
Su Madre, al oír este lamento se levantó colocándose al pie de la cruz abrazándose a ella, intentando transmitirle que no se encontraba sólo en esos momentos de angustia. Juan y las otras Marías también se pusieron junto a la Madre abrazándola. Magdalena cayó a los pies de la cruz semiinconsciente por el sufrimiento que también soportaba. Unos soldados intentaron acudir para apartarlas, pero el centurión se lo impidió. Era una forma más humana de ayudarlos. Aquella Madre..., aquella mujer..., era algo especial. Se conmovía al verla sufrir, sí, pero también por su entereza a pesar del terrible dolor que debía sentir.
'Era ya como la hora de sexta, y las tinieblas cubrieron toda la tierra hasta la hora de nona'. (Lc. 23, 44). Efectivamente las tinieblas eran cada vez más densas. Parecía que la naturaleza también se solidarizaba con su Creador. Las personas que presenciaban el suplicio de Jesús permanecían atentos a cuanto sucedía como si quisieran controlar todos esos momentos. La exclamación desgarrada de Jesús no les pasó inadvertida, pero no debieron oírla bien porque 'algunos de los que allí estaban, oyéndolo, decían: -A Elías llama éste'. (Mt. 27, 47).
Quienes así se expresaron se vieron rodeados por las miradas de algunos que estaban junto a ellos, dándoles a entender que desaprobaban el comentario que habían hecho.
CRUCIFICADO .- EUGÈNE DELACROIX .- ROMANTICISMO
Esto ocasionó que los dejaran solos y se fueran juntando cuantos desaprobaban la sentencia de Jesús, por injusta, y aquellos que la habían provocado. Algunos de los componentes del primer grupo se daban golpes de pecho o se echaban polvo sobre la cabeza. Los del segundo grupo permanecían impertérritos, impasibles ante aquella tragedia. Estaban consiguiendo lo que se habían propuesto desde hacía tiempo.
'Después de esto, sabiendo Jesús que todo estaba ya consumado, para que se cumpliera la Escritura dijo: Tengo sed'. Juan y las mujeres quedaron tensos. No tenían nada para que bebiera. El joven discípulo se acercó a un soldado. Quería pedirle permiso para darle algo de beber. El centurión se acercó para oír lo que quería aquel muchacho y, enterado de su propósito, hizo una seña a uno de sus subordinados, el cual, entendiendo lo que su superior le indicaba, se dirigió hacia donde estaban algunos de sus compañeros. 'Había allí un botijo lleno de vinagre. Fijaron en una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la llevaron a la boca'. (Jn. 19, 28-29).
TENGO SED.-JAMES TISSOT.-S. XIX - XX
Juan volvió a reunirse con el grupo de mujeres. Levantó la cabeza y miró a Jesús. ¡Qué distinto del Jesús que él había acompañado por las tierras israelitas! Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Le pareció que ya estaba próxima la muerte de su Maestro. Se cubrió los ojos con la mano derecha mientras la izquierda la posaba sobre una pierna ensangrentada de su amigo como dándole el testimonio de su presencia y la notó fría. Se sintió inútil, impotente,...y rompió a llorar en silencio procurando no amargar más a María y al resto de mujeres, que también estaban de pie delante de la cruz junto a él. Había padecido y seguía padeciendo muchas emociones en tan poco tiempo.
Sintió una profunda admiración por la entereza de la Madre, aunque sabía con certeza que interiormente estaba destrozada.
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