Elección y llamadas.-24-junio-2011
Posted byParecían hechos inconexos. Como aislados entre sí. Sin embargo, a poco que nos fijemos y analicemos estos hechos y los otros que siguieron durante tres años de vida pública, culminados todos ellos con su victoriosa Resurrección (pasando, eso sí, por una cruel y cruenta Pasión), veremos que todo corresponde a una cuidadísima programación a largo plazo, completada toda ella con aspectos y momentos puntuales que contribuye, todo junto, a conformar un programa de vida que hoy recogemos e intentamos practicar todos sus seguidores.
Pero cuando digo que todo obedece a una programación o planificación, por favor, vean que no me refiero a lo que hoy se hace en cualquier Empresa (industrial, comercial, docente, etc.) tal como hoy lo concebimos: despachos, montones de papeles, multitud de reuniones,…No.
Me refiero a que esa Obra que Jesús debe llevar a cabo y para la que ha nacido asumiendo nuestra naturaleza humana sin dejar de ser Dios por ello, la prepara cuidadosamente. Tras un obligado aprendizaje en el marco de una familia, sale, da el primer paso (su bautismo en el río Jordán), y se retira a reflexionar y orar.
A prepararse para los años venideros, hablando con su Padre en un continuo contacto personal. Para eso necesita el silencio. Para eso está el desierto. Para eso marchó allí, como vimos en la anterior entrada.
¿Cuál es el paso siguiente? Veamos. Pienso que es relativamente fácil pensar que para el trabajo que debía llevar a cabo, iba a necesitar quien le ayudase y compartiera con Él su proyecto.
Hasta es posible que al pensar en la futura Iglesia, intuyese la necesidad de la existencia de un grupo que la pusiera en marcha dotándola de la parte humana, ya que a fin de cuentas éramos nosotros los destinatarios directos de su proceso redentor y también teníamos que ‘mojarnos’.
Pues ya está. Una vez finalizado el desierto y con la experiencia de las tentaciones de Satanás vividas, regresó de aquel inhóspito lugar para iniciar esa búsqueda del equipo base que luego iniciaría la andadura eclesial. Así que…poco a poco, gota a gota, comenzó.
Como punto de partida he tomado lo que el Evangelio joánico nos relata, si bien entremezclando los diversos enfoques según como lo ve cada unos de los otros evangelistas. Comencemos.
‘Al día siguiente, Juan se encontraba en aquel mismo lugar con dos de sus discípulos. Vio pasar a Jesús y dijo: Este es el Cordero de Dios. Los dos discípulos le siguieron. Jesús se volvió y les preguntó: -¿Qué buscáis? -Ellos contestaron: Rabí, ¿dónde vives? –Les respondió: Venid y lo veréis.- Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús. Este se encuentra primeramente con su hermano Simón y le dice: Hemos encontrado al Mesías - que quiere decir, Cristo.- Y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas’.(Jn 1, 35-42)
Mateo y Marcos nos dicen que estuvo predicando la Buena Nueva y ‘Caminando por la ribera del mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, echando la red en el mar, pues eran pescadores, y les dice: Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres. Y ellos al instante, dejando las redes, le siguieron’. (Mt. 4, 18-20) y (Mc. 1, 16-18).
Además de la invitación verbal que les hizo es posible que hubiese algo más. ¿El qué? No lo sabemos porque el Evangelio no cuenta nada, pero nadie abandona su medio de vida, la seguridad cotidiana, para irse con un desconocido. Algo debieron ver, oír o sentir para tomar esta decisión.
Siguen diciendo a continuación que los siguientes fueron Santiago y su hermano Juan, hijos de Zebedeo. El procedimiento, el mismo. El resultado, idéntico. ‘Ellos, luego, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron en pos de Él. (Mc. 1, 20) y (Mt. 4, 21-22).
Parece ser que Felipe y Natanael fueron los siguientes. Vamos a fijarnos nuevamente en lo que relata San Juan. ‘Al otro día, queriendo Jesús salir hacia Galilea, encontró a Felipe y le dijo: Sígueme. Éste era de Betsaida, la ciudad de Andrés y de Pedro. Encontró Felipe a Natanael y le dijo: Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la Ley y los profetas; a Jesús, hijo de José de Nazaret. Díjole Natanael: ¿De Nazaret puede salir algo bueno? Díjole Felipe: Ven y verás. Vio Jesús a Natanael que iba hacia Él , y dijo de él: He aquí un verdadero israelita en quien no hay doblez alguna. Natanael le dijo: ¿De dónde me conoces? Contestó Jesús y le dijo: Antes que Felipe te llamase,cuando estabas debajo de la higuera, te vi. Natanael le contestó: Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. Contestó Jesús diciéndole: ¿Por qué te he dicho que te vi debajo de la higuera crees? Cosas mayores has de ver. Y añadió: En verdad, en verdad os digo que veréis abrirse el cielo y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre’. (Jn. 1, 43-50).
Más tarde le tocó el turno a Leví, a quien conocemos como Mateo, que con el tiempo escribiría su Evangelio. Él mismo nos lo cuenta: ‘Pasando Jesús de allí, vio a un hombre que se llamaba Mateo sentado en la oficina de impuestos, y le dijo: Sígueme. Él se levantó y lo siguió. (Mt. 9, 9).
Marcos nos lo cuenta añadiendo alguna cosa más. ‘Jesús volvió a la orilla del lago. Toda la gente acudía a Él y Él les enseñaba. Al pasar, vio a Leví, el hijo de Alfeo, que estaba sentado en su oficina de impuestos , y le dijo: Sígueme. Él se levantó y lo siguió’. (Mc. 2, 13-14).
Lucas no es ajeno a esta elección y dice: ‘Después de esto, salió y vio a un publicano, llamado Leví, que estaba sentado en su oficina de impuestos, y le dijo: Sígueme. Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Leví le obsequió después con un gran banquete en su casa, al que también había invitado a muchos publicanos y a otras personas’. (Lc. 5, 2729).
Son precisamente los sinópticos los que hacen, como podemos comprobar, un relato prácticamente igual.
Luego transcurrió un tiempo en el que hubo nuevos discípulos y ante ellos realizó algunos milagros como veremos más adelante, pero llegó el momento que debía tomar decisiones y seleccionar a quienes debían acompañarlo y compartir todo con Él. ‘Subió después al monte, llamó a los que quiso y se acercaron a Él. Designó entonces a doce, a los que llamó apóstoles, para que lo acompañaran y para enviarlos a predicar con poder de expulsar a los demonios.
Luego transcurrió un tiempo en el que hubo nuevos discípulos y ante ellos realizó algunos milagros como veremos más adelante, pero llegó el momento que debía tomar decisiones y seleccionar a quienes debían acompañarlo y compartir todo con Él. ‘Subió después al monte, llamó a los que quiso y se acercaron a Él. Designó entonces a doce, a los que llamó apóstoles, para que lo acompañaran y para enviarlos a predicar con poder de expulsar a los demonios.
Designó a estos doce: a Simón a quien dio el sobrenombre de Pedro; a Santiago, el hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, a quienes dio el sobrenombre de Boanerges, es decir, hijos del trueno; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el hijo de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el que lo entregó’. (Mc. 3, 13-19).
Y ya, con el equipo-base hecho, con las doce columnas de la futura Iglesia construidas, comienza el ‘rodaje’ de esta magna aventura que el Arte ha visto desde distintas concepciones, todas ellas magníficas y sin desperdicio. Con ellas les dejo.
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