DESCENDIMIENTO DE LA CRUZ. TRÍPTICO.-PEDRO PABLO RUBENS.-BARROCO
Quedaba relativamente poco tiempo, así que unos subieron por la parte trasera, y otros por delante ayudaban a recibir el cuerpo de Cristo según lo iban soltando. Comenzaron por sacar los clavos de los pies y para sujetar el rígido cuerpo de Jesús, recibieron la inesperada ayuda de unos soldados romanos que, impresionados y conmovidos por cuanto habían estado presenciando, se sentían obligados a ayudar en lo que pudieran a quienes iban a llevarse el cuerpo al sepulcro. El centurión no se lo impidió.
Pero la tarea no era fácil. Los clavos que atravesaban las muñecas y los pies del Salvador estaban remachados sobre la madera para no soltarse con el peso del cuerpo. Eso llevó un buen rato porque además de las dificultades, tenían especial cuidado en no dañar más el cuerpo de Jesús. Los golpes secos de los martillos sobre los enormes clavos resonaban en el cerebro de todos, pero era necesario finalizar aquel desagradable trabajo. DESCENDIMIENTO DE LA CRUZ.-JAMES TISSOT.- Una larga tela se pasó por debajo de los brazos para sujetar el cuerpo que, a medida que los clavos cedían iba inclinándose hacia los que estaban delante. Desde esa posición y ayudados por las herramientas que tenían, tiraban de ellos para ir sacándolos en su totalidad. Entonces dejaron ver las llagas de las muñecas que del peso del cuerpo y de los movimientos de Jesús para intentar respirar algo mejor, estaban más grandes que la anchura de los clavos, lo cual, les facilitó el trabajo.
María, sentada en el suelo, permanecía en silencio. De vez en cuando un hondo suspiro se le escapaba desde lo más íntimo de su ser. Las mujeres no la dejaban en ningún momento y todos estaban pendientes de los detalles más insignificantes.
Cuando los de atrás dieron el aviso de que iban a ir soltando el cuerpo, Juan se apresuró a cogerlo por las piernas. María de Cleofás y Magdalena se adelantaron un poco por si podían ayudar en algo. La Madre permanecía sentada dominando la impaciencia por abrazar aquel cuerpo al que había dado vida y ahora permanecía sin ella.
LAMENTOS POR CRISTO MUERTO.-LUCA SIGNORELLI.-RENACIMIENTO Quería pensar en algunos de los tantos momentos que habían compartido en Nazaret, con José y sin él después, antes de partir a comenzar su misión, pero no podía. Era inútil. Su mente y sus ojos no se apartaban de aquel cuerpo rígido casi suelto del todo de aquel madero.
Cuando al fin quedó totalmente liberado, pusieron aquel cuerpo si vida sobre la sábana que habían traído, extendida ahora sobre el suelo, para llevarlo a su Madre. Esto lo hicieron José de Arimatea, Nicodemo y Juan que se acercaron a María. Quiso levantarse para abrazarlo pero la emoción, largamente contenida, se lo impidió.
ENTIERRO DE CRISTO.-SANDRO BOTTICELLI.-RENACIMIENTO
Nuevamente sufrió un desmayo y las otras mujeres impidieron que cayera al suelo. Suavemente la dejaron allí con el cuerpo inclinado hacia delante. Esos movimientos le hicieron recuperar el sentido e instintivamente alargó los brazos hacia su Hijo, que con toda delicadeza colocaron sobre su regazo. No pudo contenerse más y rompió a llorar amargamente mientras lo estrechaba entre sus brazos y lo cubría de besos. Esta imagen del infinito sufrimiento de aquella mujer y Madre sin consuelo alguno despertó sentimientos de empatía hacia ella. Todos pensaban que aquella sería la última vez María abrazaba a su Hijo.
LLANTO POR CRISTO MUERTO.-CORREGGIO.-RENACIMIENTO
Nadie permaneció insensible. El centurión y el soldado que le atravesó el costado con su lanza se abrazaron totalmente conmovidos. José y Nicodemo se miraron sin hablar. No era necesario tampoco, pues se entendieron perfectamente. Juan, arrodillado en el suelo, daba rienda suelta a su dolor. El respetuoso silencio de todos los que allí había, judíos o romanos, dejaba paso a los dolorosos lamentos de la Madre abrazando aquel cuerpo que tan lleno de vida había abrazado en otras ocasiones.
Un buen rato después empezaron a lavar el cuerpo desfigurado al que todos querían. La Madre también se unió a la tarea y se encargó de lavarle la cara, toda cubierta de sangre seca ocasionada por los golpes y las espinas de la corona que le había puesto la soldadesca. Cada vez que limpiaba una parte depositaba en ella un cálido beso acompañado de las lágrima que a duras penas podía contener.
ENTIERRO DE CRISTO.-Wassilij Petrovich Wereschtschagin
Cuando finalizaron su tarea tenían el tiempo justo para llevarlo al sepulcro. Allí lo embalsamarían y si no tenían tiempo suficiente volverían después de la Pascua para finalizar la tarea. Ahora ya no podían esperar más y Juan así se lo hizo ver a María. Los hombres tomaron la sábana que envolvía el cuerpo de Jesús y marcharon hacia el sepulcro de José de Arimatea. El grupo de personas que lo tomaron no debió ser muy numeroso: José, Nicodemo, Juan y acaso alguien más, porque teniendo en cuenta su horrible sufrimiento, el forzado ayuno que padeció, la gran pérdida de sangre, el abundante sudor y la sed que lo consumía, es posible que perdiera algunos kilos de peso.
ENTIERRO DE CRISTO.-ANTONIO CISERI.-REALISMO
Tras ellos iba su Madre, las mujeres que la habían acompañado en todo momento, otro grupo de piadosas mujeres que más alejadas habían contemplado la crucifixión y un grupo de personas, posiblemente discípulos o simpatizantes de Jesús, que quisieron acompañarlo hasta el sepulcro. Una vez allí se tropezaron con un inconveniente: al estar rígido el cuerpo, los brazos seguían abiertos y no cabía por la escasa altura y anchura de la entrada, por lo que se vieron obligados a maniobrar el cuerpo para hacerlo pasar por la entrada.
DEPOSITAN EL CUERPO EN LA LOSA DEL SEPULCRO.-JACOPO BASSANO.-MANIERISMO
El interior estaba iluminado con las antorchas que los amigos que Nicodemo avisó habían preparado previamente, pero todos no cupieron en la pequeña estancia. Depositaron el cuerpo sobre una gran losa donde continuaron la labor del embalsamamiento y limpieza del Maestro. Untaron el sudario con el áloe y la mirra que Nicodemo llevó, las mujeres fueron ungiendo el cuerpo y la Madre seguía limpiando la sangre seca y arreglando el cabello y la barba de su Hijo. Cuando finalizaron, extendieron totalmente la sábana y la doblaron dándole la vuelta por la cabeza hasta los pies, cubriendo todo el cuerpo.
ENTIERRO DE CRISTO.-PRIMER TERCIO DEL S. XVI
Tras esta operación solo quedaba marcharse. Todos parecían comprender esto a excepción de María. Hubiera querido quedarse allí con su Hijo, pero no era posible. Nuevamente Juan se colocó junto a ella y con gran delicadeza la tomó del brazo. Antes de traspasar la puerta, todavía se giró para mirar una vez más a Jesús, pero fue de manera muy breve. Se dejó guiar por Juan. Los últimos en salir apagaron las antorchas y cuando ya estuvieron fuera, entre todos rodaron la gran piedra que sellaba la entrada al sepulcro.
SÁBANA SANTA E IMAGEN DE CRISTO SEGÚN ELLA
Después todos fueron marchándose cabizbajos y silenciosos a sus casas respectivas con pasos lentos y pensando en cuanto habían presenciado ese aciago día que nadie iba a olvidar mientras tuviese un hálito de vida.
VUELTA DEL CALVARIO.-HERBERT SCHMALZ.-ORIENTALISTA
Pero todo no quedó así, porque 'al día siguiente, es decir, el día después de la preparación de la pascua, los jefes de los sacerdotes y los fariseos se congregaron ante Pilato y le dijeron:
-Señor,recordamos que ese impostor dijo cuando aún vivía: "A los tres días resucitaré". Así que manda asegurar el sepulcro hasta el día tercero, no sea que vengan sus discípulos, roben su cuerpo y digan al pueblo que ha resucitado de entre los muertos, y este último engaño sería peor que el primero. Pilato les dijo: -Disponéis un piquete de soldados; id y aseguradlo como sabéis hacer. Ellos fueron, aseguraron el sepulcro y sellaron la piedra dejando allí la guardia'. (Mt. 27, 62-66).
VIGILANDO EL SEPULCRO.-JAMES TISSOT
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