EL CALVARIO.-JAMES TISSOT.-S. XIX - XX
El grupo de personas, mayormente femenino, iba alejándose del Calvario, pero casi de continuo iban volviéndose para mirar la silueta de las tres solitarias cruces, especialmente la del centro, que cada vez aparecían más lejanas. Allí solamente habían quedado los sirvientes de Nicodemo y de José de Arimatea recogiendo los utensilios y herramientas que habían llevado para bajar de la cruz a Jesucristo. Ellos seguían la comitiva para dirigirse también a Jerusalén. Sabían que la intensidad de lo que habían vivido esas últimas horas les mantendría unidos para siempre.
Sin darse cuenta se dirigían hacia la casa donde unas horas antes Jesús había celebrado la última pascua con sus amigos.
CASA DEL CENÁCULO.
Cuando llegaron, las mujeres fueron dejando los perfumes, ánforas y vasos que habían llevado para lavar y perfumar el cuerpo inerte del Maestro. La Madre se dirigió hacia el cenáculo y miró el sitio donde unos momentos antes había estado sentado su Hijo. Nuevamente se apoderó de ella el llanto sin poder evitarlo. Al oírla acudieron las mujeres y Juan que, solícito, la tomó del brazo.
'-Madre -le dijo-. debes ir a descansar. Nos esperan días difíciles y debes reponerte para afrontarlos'. María lo miró. Juan se tropezó con unos ojos hinchados por el llanto, sí, pero transidos por el dolor que salía de su alma y que notaba que le atravesaba la suya. A duras penas mantuvo el nudo que se le había hecho en la garganta mientras unas fugaces y silenciosa lágrimas se deslizaban por las mejillas. Sin darse cuenta, Magdalena estaba abrazada a los pies de María llorando en silencio. La Madre, enternecida, posó su mano sobre la cabeza de aquella mujer por quien tanto afecto sentía.
Lentamente se levantó y se dirigió hacia su habitación. Juan tenía razón. Debía descansar o, al menos, debía intentarlo. El resto de mujeres también se retiró a descansar, pues las emociones vividas habían sido muy fuertes y estaban agotadas psíquica y físicamente. La comida que había sobrado de la cena pascual permanecía allí, pero nadie sentía el más mínimo apetito ni tampoco ganas de recoger nada. Y todavía debían volver al sepulcro de Jesús para acabar de embalsamarlo.
MATER DOLOROSA
José y Nicodemo se despidieron para marchar a sus casas. Jerusalén estaba desierto. Sus pasos resonaban al pisar sobre la tierra de las calles, pero oyeron otros pasos además de los suyos y les extrañó. Aminoraron la marcha y agudizaron sus sentidos para localizar quién iba por allí como ellos. Les pareció que tres sombras les seguían y se alarmaron, pero Nicodemo dijo muy bajo al oído de José: '-La sombra del centro, ¿es Simón?' A medida que se acercaron pudieron comprobar que sí, que era él acompañado de Santiago el Mayor y de Santiago al Menor. Discretamente se saludaron y contemplaron unos Apóstoles serios, cabizbajos, muy tristes, con signos de llanto en los rostros de los tres, pero Pedro estaba desconocido, destrozado por el sufrimiento y el remordimiento de su cobardía al haber abandonado a su Maestro y amigo en el Calvario. Los dos intentaron calmarlo contándole cuanto había acaecido y añadiendo algunos detalles. Los tres les agradecieron cuanto habían hecho y acordaron que acudirían al cenáculo después de localizar a los demás discípulos. Se imponía la unión y la oración.
Unas horas después sonaron golpes en la puerta de la casa. Se miraron unos a otros. '-¿Qué hacemos?' dijo Salomé. 'La forma de llamar no es autoritaria. Más bien es de alguien que desea entrar sin armar alboroto. Voy a asomarme'. Lentamente bajó a la puerta, la entreabrió con sigilo y ante ella aparecieron Mateo y Tomás con otros dos discípulos. 'Hemos visto a Pedro y nos ha dicho que vengamos aquí. Es preciso que en estos momentos nos mantengamos juntos'.
Se apartó para dejarlos pasar y cuando llegaron a la parte superior su mirada se dirigió hacia el cenáculo. Eran demasiados recuerdos los que les venían a la mente, pero especialmente la despedida de su Maestro. Ahora empezaban a ver claro algo del mensaje que les quiso transmitir antes de su decisiva partida, pero ellos no habían sabido estar a la altura de Jesús y lo abandonaron en el mismo huerto de los Olivos. Y esto les amargaba y aumentaba su inquietud y vergüenza.
Poco a poco fueron llegando el resto de los Apóstoles y unos discípulos más, entre ellos Lázaro y sus hermanas Marta y María. Las mujeres que llegaban iban directamente donde estaba María para abrazarla y todas terminaban llorando abrazadas a ella. Los hombres oraban silenciosamente y en alguna ocasión lo hacían comunitariamente. Era el sabbat, pero no había alegría alguna para celebrarlo, además, ya lo habían hecho con el Maestro unas horas antes.
LAS MIRÓFORAS
Al atardecer de ese día las mujeres 'prepararon aromas y mirra. Durante el sábado se estuvieron quietas por causa del precepto'. (Lc. 23, 56). Saldrían antes del amanecer del tercer día de la muerte de Jesús. Ahora se retiraron para un breve descanso.
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